Boletín de Estudios Económicos
ISSN 0006-6249 (Print)
ISSN 2951-6722 (Online)
DOI: https://doi.org/10.18543/bee
Vol. LXXIX Diciembre / December 2024 Núm. / No. 235
DOI: https://doi.org/10.18543/bee782342023
Construyendo futuros competitivos sostenibles a través de la investigación transformadora / Building sustainable competitiveness futures through transformative research
Artículos
LA COMPETITIVIDAD TERRITORIAL SOSTENIBLE DENTRO DE UN PARADIGMA DE POST-CRECIMIENTO
SUSTAINABLE TERRITORIAL COMPETITIVENESS WITHIN A POST-GROWTH PARADIGM
Jon Olaizola Alberdi [*]
Universidad de Mondragón, España
doi: https://doi.org/10.18543/bee.2965
Recibido: 30 de enero de 2024
Aceptado: 26 de marzo de 2024
Publicado en línea: febrero de 2025
RESUMEN
Este artículo aborda la imperativa necesidad de replantear la noción de competitividad en el marco de la sostenibilidad territorial, destacando la insuficiencia del modelo socioeconómico actual centrado en el crecimiento para enfrentar los desafíos socioambientales contemporáneos. Propone un enfoque hacia un modelo de post-crecimiento, donde la competitividad territorial se redefine bajo los principios de bienestar social, equidad y sostenibilidad ambiental, alejándose del tradicional interés por el crecimiento económico. La aportación principal radica en sugerir estrategias prácticas para la transición hacia un desarrollo territorial sostenible, enfocadas en promover economías circulares locales, gobernanza participativa, y la adopción de indicadores alternativos que prioricen el bienestar y la sostenibilidad sobre el crecimiento económico. Este estudio está orientado a responsables de la formulación de políticas, investigadores y académicos interesados en la economía sostenible, así como a organismos internacionales y ONGs, proponiendo un diálogo entre teoría económica y práctica política para fomentar un desarrollo económico más inclusivo y sostenible.
Palabras clave: Competitividad, Crecimiento, Sostenibilidad, Post-Crecimiento.
ABSTRACT
This article addresses the imperative need to rethink the notion of competitiveness within the framework of territorial sustainability, highlighting the insufficiency of the current socio-economic model focused on growth to face contemporary socio-environmental challenges. It proposes an approach towards a post-growth model, where territorial competitiveness is redefined under the principles of social welfare, equity, and environmental sustainability, moving away from the traditional focus on economic growth. The main contribution lies in suggesting practical strategies for the transition towards sustainable territorial development, focused on promoting local circular economies, participatory governance, and the adoption of alternative indicators that prioritize well-being and sustainability over economic growth. This study is aimed at policy makers, researchers and academics interested in sustainable economics, as well as international organizations and NGOs, proposing a dialogue between economic theory and policy practice to foster more inclusive and sustainable economic development.
Keywords: Competitiveness, Growth, Sustainability, Post-Growth.
Sumario: 1. Introducción y contexto de la investigación.
1. Introducción y contexto de la investigación
La competitividad, entendida como la capacidad de los territorios para crear y mantener empresas capaces de competir exitosamente en mercados internacionales, mientras mantienen y expanden los ingresos reales de sus ciudadanos (Porter, 1990), ha sido objeto de extensos estudios. Desde los enfoques iniciales que se centraron en la eficiencia y productividad empresarial, trabajados por Adam Smith o David Ricardo, hasta los marcos más recientes que consideran aspectos sociales y ambientales, el concepto ha experimentado una evolución significativa de una forma adaptativa (Del Río Cortina et al., 2019). Sin embargo, a pesar de los avances, todavía existe una insuficiencia manifiesta en la integración de la sostenibilidad dentro de la realidad socioeconómica del momento (Cheng et al., 2023). Los desafíos socioeconómicos y ambientales a nivel mundial resaltan cómo las perspectivas tradicionales de las previsiones económicas han sido limitadas y no han logrado responder adecuadamente a las diversas crisis emergentes (WEF, 2019). En este contexto y a pesar de la existencia de numerosos estudios sobre la competitividad sostenible dentro del modelo económico actual (Flores-Tapia et al., 2023), surge la necesidad de desarrollar investigaciones adicionales bajo enfoques económicos alternativos.
Cabe mencionar que la competitividad ha sido y es un elemento ampliamente utilizado para explicar el crecimiento económico y su relación con el bienestar. Aunque en este estudio, se aboga por esta conceptualización, también existen detractores como Krugman (1994a y 1994b) y Dasgupta (2021). Estos autores entienden que la competitividad se puede convertir en una obsesión (Krugman, 1994a), perdiendo de vista los elementos que realmente explican la evolución de la economía y el bienestar[1]. Mientras que es válido cuestionar la preeminencia de cualquier único concepto en la explicación del crecimiento económico y el bienestar, desestimar la competitividad puede ser tan reduccionista como el enfoque que critican los autores citados. Un análisis equilibrado debe reconocer la competitividad como un componente vital, aunque no exclusivo, de las estrategias de desarrollo económico, promoviendo un enfoque más integrador y menos polarizado en el debate sobre el crecimiento y el bienestar.
La relevancia de esta investigación se enmarca en el contexto de una creciente conciencia social sobre los desafíos que enfrenta la humanidad en el siglo XXI (Richardson et al., 2023; Rockström et al., 2009). La imperiosa necesidad de guiar la transformación socioeconómica dentro de los límites que el planeta puede sostener exige un enfoque que trascienda la simple búsqueda de ventajas competitivas[2] en el mercado. (Aranguren et al., 2021). Varios autores confían en que la competitividad debe ser replanteada dentro de un modelo socioeconómico diferente al actual para lograr un equilibrio entre prosperidad económica y equidad social y medioambiental (Flores-Tapia et al., 2023). En el actual escenario, caracterizado por una creciente tensión entre las dinámicas de los mercados económicos y los imperativos sociales y ambientales, este estudio propone una reflexión crítica sobre las transformaciones necesarias dentro del paradigma de competitividad sostenible. Su propósito es enriquecer el debate sobre modelos económicos alternativos que puedan coadyuvar a una transición hacia prácticas más sostenibles y equitativas. A través de un análisis teórico, este trabajo aspira a identificar y proponer estrategias viables dirigidas a responsables de la formulación de políticas públicas, ofreciendo así un marco de referencia para la implementación de políticas que armonicen las exigencias económicas con los desafíos sociales y ambientales.
La investigación se orienta hacia una aproximación práctica, enfocándose en el desarrollo de propuestas concretas sin recurrir a análisis empíricos. Este enfoque permite una exploración profunda de las teorías y modelos existentes, facilitando la generación de recomendaciones estratégicas que puedan ser aplicadas en la formulación de políticas. La ausencia de un análisis empírico no menoscaba la relevancia del estudio; por el contrario, proporciona una base sólida para futuras investigaciones empíricas que puedan testar la aplicabilidad de las estrategias propuestas. El estudio está dirigido principalmente a responsables de la formulación de políticas, investigadores y académicos interesados en el campo de la economía sostenible, así como a organismos internacionales y ONGs que trabajan por la integración de consideraciones sociales y ambientales en el tejido económico. Al proponer un diálogo entre la teoría económica y la práctica política, el trabajo busca ofrecer nociones valiosas para aquellos sujetos comprometidos con el diseño e implementación de políticas que promuevan un desarrollo económico inclusivo y sostenible. Este estudio representa una contribución innovadora, fundamentada en análisis anteriores efectuados para un capítulo de libro, enfocado en explorar las diversas dimensiones de los modelos socioeconómicos.
Para el contexto del estudio, la competitividad, entendida en el marco de la territorialidad y la sostenibilidad, trasciende la noción de crecimiento económico puro para enfocarse en el éxito integral de un territorio. Según Aranguren et al. (2021), este éxito se manifiesta en la capacidad de un territorio para atraer y retener negocios e inversiones, fomentar un crecimiento económico sostenido y distribuir equitativamente sus beneficios, todo ello manteniendo un compromiso con la conservación de los recursos naturales y culturales y promoviendo la justicia social. De esta manera, la competitividad territorial sostenible se define como el equilibrio entre el progreso económico y el bienestar social a largo plazo, sin comprometer las necesidades de las futuras generaciones. Este estudio amplía la conceptualización de la competitividad realizada por Porter (1990), quien se centró en la productividad y las ventajas competitivas de naciones y regiones, integrando además dimensiones sociales y ambientales. Así, se adopta una perspectiva holística alineada con los principios del desarrollo sostenible de la Comisión Brundtland y los Objetivos de Desarrollo Sostenible de las Naciones Unidas (Brundtland, 1987; United Nations, 2015).
El análisis teórico y reflexivo de este trabajo se basará en investigaciones previas para cuestionar si el marco socioeconómico actual es adecuado para incorporar las demandas emergentes de sostenibilidad social y ambiental o si, por el contrario, deberíamos considerar escenarios alternativos más allá del crecimiento económico. Si bien existe consenso en la comunidad académica sobre la necesidad de una competitividad sostenible a lo largo de toda la cadena de valor, como sostienen Porter y Kramer (2011)[3], este estudio va un paso más allá al examinar la viabilidad de este modelo teórico dentro del paradigma socioeconómico vigente.
2. La Competitividad: Territorial y Sostenible
El concepto de competitividad ha experimentado una notable evolución, extendiéndose más allá de su enfoque tradicional centrado en la eficiencia económica y la consecución de ventajas competitivas en el mercado. Ha pasado a abarcar dimensiones más holísticas que incorporan elementos sociales. Inicialmente orientado hacia la rentabilidad y la competitividad de mercado (Porter, 1990), el paradigma se ha ampliado hacia un enfoque más inclusivo dentro de la socioeconomía, integrando la sostenibilidad territorial (Orkestra, 2021; Storper, 1997). Storper (1997) específicamente sostiene que factores como la infraestructura, la calidad de vida y el capital humano son cruciales para la competitividad regional. Estos elementos han sido meticulosamente analizados y adaptados a contextos particulares, tal es el caso de Euskadi, estudiado por Orkestra (2023, 2021). Históricamente, el concepto se ha discutido desde publicaciones de Adam Smith, pero su significado y uso han evolucionado considerablemente, especialmente en los últimos treinta años. Antes de los años 90, la competitividad territorial se analizaba desde una perspectiva macroeconómica, centrada en el comercio a nivel nacional y en la competitividad de los precios y costes de las exportaciones como factores clave. Con el tiempo, el enfoque se ha desplazado hacia una comprensión de que los costes juegan un papel más limitado y que se debe prestar más atención al cambio tecnológico y a los fundamentos microeconómicos que explican la competencia entre empresas en diferentes territorios (Lombana & Rozas Gutiérrez, 2009).
La competitividad actualmente se mide no solo a través de indicadores convencionales como productividad y balanza comercial, sino también considerando elementos diversos como la calidad del entorno empresarial y la sostenibilidad ambiental (Sachs et al., 2020). A su vez, la competitividad empresarial se conoce por la capacidad de las empresas de operar de manera sostenible y respetar las características intrínsecas de su entorno añadiendo valor añadido[4] (Porter & Kramer, 2011). Dentro de estas diversas conceptualizaciones, el paradigma de la competitividad territorial sostenible evoluciona como un componente esencial para el desarrollo regional a largo plazo (Orkestra, 2023). Como se ha mencionado previamente, este enfoque va más allá de la eficiencia productiva, integrando la sostenibilidad ambiental y social como elementos clave para la supervivencia y prosperidad futura. Con lo cual se asume que la competitividad territorial sostenible fusiona el crecimiento económico con la responsabilidad ambiental y social, promoviendo un modelo económico que busca el éxito sostenible a largo plazo (Orkestra, 2021; Brundtland, 1987).
Tal y como se ha definido anteriormente, la competitividad territorial sostenible se entiende como la capacidad de un territorio para generar valor[5] en términos más amplios que el mero crecimiento económico (Aranguren et al., 2021). En base a esta noción el concepto refleja un enfoque integral que abarca no sólo el crecimiento económico sino también el bienestar inclusivo y sostenible, considerando la contribución de los actores y procedimientos económicos a la creación de bienestar en relación con otros territorios. Es interesante mencionar que el concepto de competitividad territorial sostenible se ha definido como un proceso retroalimentado entre 3 elementos: territorio, empresa y bienestar social. Alcalde y Carnelli (2019) destacan una relación simbiótica entre estos elementos: las cualidades particulares de un territorio moldean la estructura empresarial y a su vez las características de la empresa, a través de su actividad, posibilita el bienestar social, fortaleciendo a su vez la infraestructura territorial en un ciclo de retroalimentación positiva.
3. La Competitividad del modelo insostenible
El concepto de competitividad descrito ha sido propiciado por iniciativas internacionales que buscaban integrar en el debate público la necesidad de equilibrar las expectativas económicas y socioambientales (United Nations, 2015; Brundtland, 1987). A pesar de estos avances, algunos autores argumentan que el modelo socioeconómico actual sigue subordinado al hecho de crecer para alinear la competitividad con el bienestar (Hickel & Kallis, 2020). De hecho, organismos como el IPCC (2023) afirman que la situación sigue siendo medioambientalmente insostenible, argumentando que los cambios son insuficientes. No obstante, la propia noción de competitividad, aunque quiera escapar del crecimiento sigue estando estrechamente relacionada a esta (Parrique et al., 2021; Aranguren et al., 2021).
En esta realidad, la literatura científica contemporánea en materia de crisis ambiental puede ser útil para entender las limitaciones que pueda tener la forma de entender la competitividad sostenible. Particularmente los trabajos de Richardson et al. (2023) y Rockström et al. (2009), sugieren que el modelo económico predominante es inherentemente insostenible al sobrepasar varios de los límites planetarios existentes. Los retos identificados dentro del hecho de sobrepasar los límites planetarios[6] incluyen el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la sobreexplotación de recursos y el incremento de la desigualdad social (Rockström et al., 2009). Los estudios teóricos mencionados tienen su respaldo práctico con las conclusiones que se sacan por parte de los IPCC (2023). A su vez, de acuerdo con los autores previamente citados, el modelo vigente que asocia la competitividad con el crecimiento económico se considera insostenible a largo plazo, debido a que supera los límites de la capacidad del planeta. Por muy sostenible que sea el crecimiento, el propio concepto se vuelve insostenible (Parrique et al., 2021).
Los esfuerzos de la comunidad científica, como los de Orkestra (2021, 2023), están dirigidos a transformar los modelos económicos territoriales para que la competitividad refleje estrategias orientadas al bienestar humano y sostenibilidad a largo plazo. Sin embargo, el desafío persiste en que desaparezca la necesidad de crecimiento económico (Jackson, 2009). Se puede afirmar que la transformación hacia la sostenibilidad que se plantea tanto en el Green Deal Europeo (European Commission, 2019), como en los citados informes de competitividad de Euskadi, es una conceptualización débil[7] de la transformación. En este sentido, Harrahill y Douglas (2019) consideran que las transformaciones menores son ineficaces en varios aspectos. Especialmente, resultan insuficientes para abordar los desafíos actuales, ya que no modifican en profundidad el modelo de producción y consumo y persisten en la idea de que es necesario mantener un crecimiento económico, incluso cuando se etiqueta como verde (Parrique et al., 2021).
El crecimiento verde, que ha sido respaldado por las autoridades europeas, implica el desarrollo de tecnologías e innovaciones para reducir el impacto ambiental sin comprometer el crecimiento económico. Este concepto es ampliamente conocido como crecimiento desacoplado. Sin embargo, este enfoque presenta desafíos significativos, especialmente cuando se considera la sostenibilidad a largo plazo (Parrique et al., 2021). La dependencia de soluciones tecnológicas y digitales, aunque beneficiosas en términos de eficiencia y gestión ambiental, puede no ser suficiente por sí sola para abordar la crisis climática de manera integral, tal y como se justifica en estudios como el de Stephenson y Allwood (2023). El crecimiento verde, por su optimismo, puede perder de vista los límites planetarios existentes (Rockström et al., 2009) y no abordar adecuadamente los patrones de consumo insostenibles y la dependencia de los combustibles fósiles (Parrique et al. 2021). Además, la adopción de enfoques de transformación que no sean profundos y robustos corre el riesgo de mantener y, posiblemente, intensificar las estructuras existentes que alimentan la desigualdad social, perpetuando así un sistema que ahonda las brechas y perpetúa las diferencias (Harrahill & Douglas, 2019).
La crítica teórica al crecimiento verde encuentra su base empírica en estudios como el de Parrique et al. (2021), donde a través de estudio de casos y estrategias, desmonta la teoría del desacoplamiento entre crecimiento y uso de recursos. El supuesto desacoplamiento entre el crecimiento económico y el impacto ambiental, que es el eje central del crecimiento verde, es cuestionado por la realidad empírica de que la huella material de países desarrollados sigue una trayectoria ascendente junto con su crecimiento económico, excediendo así los umbrales de consumo sostenible (Parrique et al., 2021). La mencionada teoría del desacoplamiento ha recibido críticas por parte de investigaciones recientes, como la de Vogel y Hickel (2023), que cuestionan si los modestos logros en esta materia son suficientes para alinearse con los objetivos climáticos y de equidad establecidos en el Acuerdo de París[8]. Los autores afirman que las tasas actuales de reducción de emisiones en países con desacoplamiento absoluto son incompatibles con estos objetivos, lo que sugiere que las estrategias actuales no conducen a un crecimiento genuinamente verde. Estos hallazgos ponen en entredicho la noción de que la tecnología será la salvadora, como sugieren McMahon, Subrahmanian y Reich (2022). La economía circular, aunque valiosa, se enfrenta a limitaciones similares; la eficiencia y la innovación no bastan para contrarrestar la dinámica extractiva que caracteriza a nuestras sociedades.
Por lo tanto, llegados hasta este punto, ¿por qué no plantearse una transformación más fuerte y cambiar el statu quo definido por el crecimiento económico? Asumiendo que un hipotético equilibrio es difícil de alcanzar en un modelo que prioriza el crecimiento económico sobre otros aspectos (Vogel & Hickel, 2023), la transición hacia una sostenibilidad genuina requeriría no solo cambios tecnológicos, sino también un cambio profundo en los valores sociales, las políticas gubernamentales y las prácticas empresariales (Kallis, 2011). Se puede intuir en estudios como el de Kallis (2011) que la competitividad territorial sostenible, sólo puede lograrse mediante una transformación socioeconómica que prime el bienestar al crecimiento. Como se ha mencionado previamente, la transformación débil confía la suerte de la sostenibilidad a un crecimiento verde desacoplado (Parrique et al., 2021). La hipótesis del desacoplamiento absoluto –que sugiere que es posible un crecimiento económico continuo sin un aumento correspondiente en el impacto ambiental– ha sido cuestionada por su falta de evidencia empírica sólida. Además, las estructuras de poder existentes a menudo perpetúan prácticas insostenibles, lo que representa una barrera significativa para la adopción de modelos económicos genuinamente sostenibles (Kallis, 2011).
4. La Competitividad del modelo post-crecimiento
En este contexto de dudas sobre las estrategias sostenibles, el modelo de post-crecimiento surge como una respuesta al paradigma dominante del crecimiento económico. Como se ha venido mencionando, preocupados por el futuro del planeta (Rockström et al., 2009), varios autores se han planteado que el crecimiento contínuo en un mundo con recursos finitos es insostenible y potencialmente destructivo (Jackson, 2009). La sostenibilidad ambiental, la equidad social y la calidad de vida emergen como ejes naturales del modelo de post-crecimiento, replanteando el significado de la competitividad territorial realmente sostenible.
En el marco del post-crecimiento, la competitividad territorial se podría definir lejos de la obsesión por crecer, desarrollar, aumentar o acumular (Kallis, 2011). Se orienta hacia el mantenimiento de una posición suficientemente robusta que promueva el bienestar social y la salud ambiental lejos de una necesidad intrínseca de crecer. La competitividad se vuelve sinónimo de resiliencia económica, justicia social y sostenibilidad ambiental, donde el bienestar colectivo y la capacidad de regeneración ecológica se priorizan sobre la rentabilidad a corto plazo (Kallis et al., 2012). A su vez el bienestar de las personas viene dado por bienes y servicios básicos disponibles para todos bajo principios de seguridad, justicia y equidad (Kallis, 2011). Esto que parece utópico, según autores como Parrique et al. (2019), es inevitable para garantizar un futuro justo.
Entonces, ¿qué diferencias existen entre la conceptualización de la competitividad territorial sostenible entre un modelo de post-crecimiento y crecimiento? La respuesta sería que mientras que el modelo de crecimiento se enfoca en la eficiencia económica y el aumento de la capacidad productiva como fundamentos de la competitividad, el modelo de post-crecimiento pone énfasis en el bienestar comunitario y la resiliencia a largo plazo, proponiendo una transformación estructural no sólo de la economía, sino que también de las estructuras sociales. No obstante, la tabla 1 da más información sobre esta doble visión del concepto.
Los autores que apoyan el post-crecimiento, como Parrique et al. (2023), argumentan que una sociedad verdaderamente competitiva es aquella que logra altos estándares de calidad de vida para todos sus ciudadanos, distribuyendo equitativamente los beneficios del desarrollo económico, sin que haya indicadores propios de medición de crecimiento. La competitividad se mide, entonces, en términos de salud social, educación, igualdad de oportunidades y acceso a bienes y servicios esenciales, elementos que son fundamentales para la cohesión y estabilidad a largo plazo de cualquier territorio (O’Neill, 2020). La capacidad de un territorio para gestionar sus recursos de manera que no solo satisfaga las necesidades actuales, sino que también preserve las oportunidades para las generaciones futuras es una dimensión esencial de la competitividad en el modelo de post-crecimiento (Meadows et al., 2004) y responde a las exigencias del informe Brundtland de 1987. La adopción de energías renovables, la implementación de economías circulares y la aplicación de técnicas de permacultura representan pasos valiosos hacia la mejora de la competitividad territorial mediante la reducción de la huella ecológica y el fomento de la sostenibilidad (Geissdoerfer et al., 2017). Sin embargo, tales medidas por sí solas no abordan integralmente los profundos problemas del modelo socioeconómico vigente. Se requiere una transformación radical, una auténtica revolución que inaugure una era de florecimiento humano, trascendiendo las intervenciones aisladas para resolver los retos estructurales de nuestro tiempo (Kallis, 2011).
Tabla 1
Criterio |
Modelo de Crecimiento |
Modelo de Post-Crecimiento |
Definición de Competitividad |
Capacidad para producir bienes y servicios competitivos internacionalmente, impulsando el crecimiento económico. |
Capacidad para promover el bienestar social, la resiliencia ecológica y la sostenibilidad, más allá del crecimiento económico puro. |
Enfoque hacia la Sostenibilidad |
Crecimiento verde: minimizar impactos negativos del crecimiento mediante tecnologías más limpias y eficientes. |
Transformación de estructuras económicas y sociales hacia sostenibilidad intrínseca, priorizando necesidades humanas y calidad de vida. |
Estrategias para Mejorar la Competitividad |
Inversión en tecnología e innovación, mejora de infraestructura, liberalización del comercio, atracción de inversiones. |
Gobernanza participativa, diversificación económica, fortalecimiento de economías locales, prácticas sostenibles. |
Medición del Éxito |
Crecimiento del PIB, eficiencia productiva, participación en mercados internacionales. |
Indicadores holísticos: salud social y ecológica, educación, igualdad de oportunidades y acceso a bienes y servicios esenciales. |
Fuente: Elaboración propia.
Tras el estudio realizado se considera que la competitividad territorial sostenible se debería basar en tres pilares fundamentales: la fortaleza de las economías locales, la gobernanza participativa y la adopción de indicadores alternativos. La idea de potenciar las economías locales como alternativa al modelo de crecimiento convencional tiene sus raíces en el trabajo Schumacher (1973) quien argumentaba a favor de sistemas económicos a menor escala, más humanos y sostenibles. Shuman (2007) ha llevado estas ideas al debate contemporáneo, enfatizando la necesidad de invertir en negocios locales para construir economías más resilientes y sostenibles. Con lo cual, la integración de las economías locales en el marco de una competitividad territorial sostenible se convierte en una estrategia clave para abordar no sólo las preocupaciones ambientales, sino también las sociales. La promoción de prácticas económicas a pequeña escala, favorecidas por Schumacher y revitalizadas por Shuman, se ve complementada por la perspectiva de Young (2005) sobre la justicia social y la responsabilidad colectiva. Este enlace entre economía y ética social subraya la necesidad de un cambio paradigmático hacia modelos de desarrollo que prioricen el bienestar humano y el equilibrio ecológico desde el punto de vista de los cuidados.
Por su parte, el concepto de gobernanza participativa se fundamenta en la obra Ostrom (1990) que demostró cómo las comunidades pueden gestionar de manera efectiva y sostenible los recursos compartidos a través de la cooperación y normas colectivas. Este enfoque ha sido complementado por la teoría de la democracia deliberativa de Jürgen Habermas, que aboga por espacios de discusión pública donde los ciudadanos pueden participar activamente en la toma de decisiones políticas. También Sen (1999), con su enfoque en el desarrollo como libertad, ha incidido en la importancia de la participación y el diálogo en la promoción de la justicia social y económica. La gobernanza participativa, por tanto, se ve como clave para una gestión más democrática y equitativa de los recursos y para asegurar que las políticas públicas reflejen las necesidades reales de las comunidades.
Por último, el modelo que prioriza exclusivamente el crecimiento económico para mejorar el bienestar ha demostrado limitaciones, evidenciando una orientación que puede resultar insuficiente (O’Neill, 2020). La crítica al Producto Interior Bruto (PIB) como el único indicador de éxito y progreso económico ha estimulado la búsqueda de alternativas que contemplen una apreciación más holística del bienestar social. En este contexto, el trabajo colaborativo de Stiglitz et al. (2010) desafía la perspectiva economicista tradicional del desarrollo, promoviendo en su lugar indicadores que abarcan aspectos como el bienestar social, la equidad, la sostenibilidad ambiental y la calidad de vida. Propuestas como el Índice de Desarrollo Humano (IDH) de la ONU y el Índice de Progreso Genuino (IPG) intentan integrar estos elementos, ofreciendo una visión del progreso social que prioriza la sostenibilidad, la justicia social y el bienestar integral por encima de la acumulación de capital.
Los tres pilares de la competitividad territorial sostenible –la robustez de las economías locales, la gobernanza participativa y la adopción de indicadores alternativos– son inherentemente interdependientes y se refuerzan mutuamente, formando un marco cohesivo para el desarrollo sostenible. Las economías locales robustas ofrecen la flexibilidad y la innovación necesarias para adaptarse a necesidades globales, apoyadas por una gobernanza participativa que asegura la inclusión y el compromiso de la comunidad en la toma de decisiones. Esta sinergia fomenta una resiliencia que es vital para el sostenimiento a largo plazo de las comunidades, permitiendo una distribución más justa de los recursos y una mayor equidad. La adopción de indicadores alternativos, que valoran el bienestar social y la sostenibilidad ambiental, proporciona una herramienta de evaluación que refleja con precisión los logros de una sociedad más allá de la riqueza económica. Al medir el progreso a través de estos lentes alternativos, se reconoce la importancia de mantener un equilibrio entre el crecimiento económico y la calidad de vida, la justicia social y la conservación ambiental. Juntos, estos pilares representan una visión holística del desarrollo, una que busca equilibrar las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer las suyas, acorde con los principios del desarrollo sostenible.
5. Conclusiones e Implicaciones Futuras
En este análisis, se ha emprendido una exploración reflexiva sobre el concepto mismo de competitividad, con el propósito de fomentar una crítica constructiva de las transformaciones esenciales requeridas dentro del paradigma de la competitividad sostenible. Como respuesta a las deficiencias del modelo actual, el modelo de post-crecimiento emerge como una respuesta crítica a la insuficiencia del modelo económico actual, dominado por un enfoque centrado en el crecimiento, aunque este sea verde. Este nuevo modelo propone una competitividad territorial que abandona la noción del crecimiento, enfocándose en la calidad de vida, la equidad social y la sostenibilidad ambiental. Se sugiere que una sociedad verdaderamente competitiva es aquella que logra altos estándares de bienestar para todos sus ciudadanos, distribuyendo equitativamente los beneficios del desarrollo económico (Kallis, 2011) y cuidándolos de una forma consciente para evitar vulnerabilidades sociales (Young, 2005).
Como se ha visto en el estudio, la literatura científica contemporánea sugiere que el modelo socioeconómico actual es inherentemente insostenible, sobrepasando los límites planetarios y generando desigualdades sociales crecientes (Rockström et al., 2009). Por tanto, se plantea la necesidad de un cambio en el statu quo, que implica no solo avances tecnológicos sino también transformaciones en valores culturales y económicos, políticas gubernamentales y prácticas empresariales. Este hecho, que se acepta tanto por aquellos que asumen una transformación más débil (Orkestra, 2023; Harrahill & Douglas, 2019) como por los que plantean la necesidad de transformaciones más profundas (Kallis, 2011), debe ser estudiado y compartido en foros abiertos. En este marco y como conclusión, se proponen estrategias facilitadoras que permitan la creación de nuevos escenarios, las cuales podrían ser:
I.Promoción de Economías Circulares a nivel local (Pilar 1 y 2): Fomentar la implementación de economías circulares a nivel local, incentivando prácticas de producción y consumo sostenibles. A través del fomento de consumo y producción local, se pretenden potenciar las experiencias de compra sostenibles de los consumidores y la producción resiliente de los productores, además de poder generar redes de cuidado (Young, 2005).
II.Fomento de la gobernanza participativa (Pilar 2): Establecer plataformas colaborativas que permitan la co-creación de políticas públicas. Ostrom (1990) demostró la importancia de la gobernanza participativa, donde la cooperación y las normas colectivas conducen a una gestión efectiva y sostenible de los recursos compartidos.
III.Implementación de indicadores alternativos (Pilar 3): Adoptar indicadores alternativos que consideren el bienestar social y la sostenibilidad ambiental. Stiglitz et al. (2010) han promovido esta perspectiva criticando la dominancia del PIB como medida de éxito económico. Es fundamental incorporar indicadores que no solo evalúen factores económicos y de bienestar, sino que también abarquen dimensiones vinculadas a la justicia social, la igualdad de acceso a oportunidades y el fomento de las capacidades individuales y colectivas.
IV.Incentivación para la transformación sostenible en las empresas (Pilar 2): Estimular la innovación empresarial en sostenibilidad, con un enfoque en tecnologías limpias y prácticas responsables para garantizar una transformación real.
V.Desarrollo de infraestructura verde (Pilar 1 y 2): Invertir en infraestructura verde para mejorar la resiliencia urbana y la calidad de vida. En este contexto, las ciudades biófilas (Beatley, 2011) promueven la simbiosis entre urbanismo y naturaleza, esenciales para la resiliencia y calidad de vida en la urbe. Las infraestructuras verdes, más que funciones ecológicas, sustentan la salud mental y fomentan la cohesión social (Tzoulas et al., 2007). Estos espacios propician un ritmo de vida pausado, alineado con la ideología del decrecimiento (Kallis et al., 2012), y fortalecen redes de cuidado, ofreciendo entornos inclusivos (Foster et al., 2011), subrayando la integración ecológica y social en la planificación contemporánea.
La integración de estas estrategias en el marco del desarrollo territorial sostenible ofrece un camino viable hacia una economía que equilibra crecimiento con bienestar social y sostenibilidad ambiental. Estas propuestas, respaldadas por la literatura relevante, fomentan un enfoque integrado y basado en evidencia, generando un diálogo enriquecedor con la comunidad académica y los responsables de políticas. Al adoptar un modelo económico que prioriza el bienestar colectivo y la sostenibilidad, se puede aspirar a un futuro donde la competitividad se mide por la capacidad de un territorio para ofrecer una calidad de vida alta para todos sus ciudadanos, respetando los límites del planeta.
Tras observar la evolución del concepto de competitividad, se puede afirmar que la sociedad se encuentra en una encrucijada donde debe elegir entre continuar con prácticas demostradamente insostenibles y adoptar nuevas estrategias que prioricen la sostenibilidad y la equidad como fundamentos de un desarrollo competitivo auténtico. La reflexión colectiva y la acción conjunta trascienden la responsabilidad individual; representan la capacidad de la sociedad para imaginar y construir un futuro que mantenga los frágiles equilibrios del planeta y la cohesión social. Este desafío no es trivial; exige una revisión exhaustiva de los valores, indicadores y sistemas económicos predominantes. La competitividad, cuando se reinterpreta para ser nutricia en lugar de extractiva, tiene el potencial de convertirse en una fuerza regenerativa que armonice las relaciones entre la humanidad y el medio ambiente, y entre el progreso económico y la justicia social. Al concluir este estudio, surge una pregunta esencial: ¿Qué legado desea dejar la sociedad? ¿Cómo desean que las futuras generaciones narren su historia? Cada paso hacia la transformación debe estar inspirado por los principios de sostenibilidad y compromiso con la equidad, permitiendo que la competitividad territorial evolucione de ser una carrera hacia el precipicio a convertirse en un viaje hacia un futuro lleno de posibilidades sostenibles y equitativas. Este es el desafío presente, así como la oportunidad de redefinir lo que significa prosperar conjuntamente en un mundo limitado.
Referencias
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[*] Doctorando en Gestión avanzada de Organizaciones y Economía Social en la Universidad de Mondragón, Facultad de Enpresagintza (MU), España. https://orcid.org/0009-0008-5182-0937
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El autor contó con el apoyo de Enpresagintza y declara no tener conflicto de intereses.
[1] Se critica la conceptualización de la competitividad argumentando que puede convertirse en una obsesión desviando la atención de factores clave como la productividad, la tecnología e innovación, la educación y habilidades de la fuerza laboral, la infraestructura, la estabilidad macroeconómica, las instituciones y la equidad en la distribución de ingresos, los cuales, según los autores, son esenciales para el crecimiento económico y el bienestar (Krugman, 1994a; 1994b; Dasgupta, 2021).
[2] La ventaja competitiva se refiere a las condiciones que permiten a una empresa, región o nación producir bienes o servicios al mismo nivel de calidad, pero a un menor costo, o a un nivel superior de calidad justificable por un precio mayor en comparación con los competidores (Porter, 1990).
[3] Porter y Kramer revolucionan el concepto de competitividad corporativa al introducir el modelo de creación de valor compartido (CSV). Argumentan que la verdadera competitividad no se logra a expensas del bienestar público, sino mediante la integración de prácticas empresariales que mejoran las condiciones económicas y sociales en las comunidades donde operan. Esto implica que las empresas no solo deben ser eficientes y generar beneficios para sus accionistas, sino también actuar de manera sostenible a lo largo de toda su cadena de valor, incluyendo el bienestar de los proveedores y consumidores, el estado del medio ambiente y la salud económica de las sociedades en las que participan.
[4] El valor añadido, en el contexto de este estudio, se entiende a la mejora o incremento del valor de un producto o servicio como resultado de un proceso particular que lo diferencia de ofertas similares en el mercado. Esta mejora puede surgir de la innovación, la personalización, la incorporación de características únicas o la mejora de la calidad. El valor añadido no solo contribuye a la competitividad de la empresa al hacer sus productos o servicios más atractivos para los consumidores, sino que también puede permitir una fijación de precios más elevada, reflejando el mayor valor percibido por el cliente. Por lo tanto, el concepto de valor añadido es central para las estrategias empresariales enfocadas en el crecimiento sostenible y la diferenciación en mercados competitivos.
[5] Se entiende por el proceso a través del cual las empresas o territorios crean productos o servicios que son valorados por los clientes y la sociedad, resultando en un beneficio común, social y medioambiental.
[6] Según los estudios realizados por Richardson et al. (2023) y Rockström et al. (2009), se han identificado nueve límites planetarios que requieren un análisis periódico para prevenir un colapso global. Estos investigadores sostienen que seguir políticas de crecimiento resulta contraproducente, dado que tales políticas impactan negativamente en los límites establecidos. De hecho, la comparativa entre 2009 y 2023 muestra que se han excedido tres nuevos límites planetarios, pasando de 3/9 a 6/9.
[7] Término empleado por autores como Rydin (2010), Harrahill y Douglas (2019) hablan sobre el desarrollo débil como la posibilidad de adoptar políticas atractivas que posibilitan continuar con patrones de actividad económica como hasta el momento.
[8] El Acuerdo de París, adoptado en 2015 bajo la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), marca un hito histórico en la lucha global contra el cambio climático. Este acuerdo internacional tiene como objetivo central limitar el aumento de la temperatura global de este siglo a menos de 2 grados por encima de los niveles preindustriales, con esfuerzos para no superar 1.5 grados, reconociendo que esto reduciría significativamente los riesgos y los impactos del cambio climático.
Sobre el autor
JON OLAIZOLA ALBERDI. Joven estudiante apasionado por la economía y su papel transformador en la sociedad. Mi formación incluye estudios en Administración y Dirección de Empresas, así como en Derecho. Actualmente, estoy cursando un programa de Doctorado en Gestión Avanzada de Organizaciones y Economía Social en la Universidad de Mondragón, España, con el objetivo de ampliar y profundizar mis conocimientos en estas áreas. Mi meta es aportar soluciones innovadoras y sostenibles a los desafíos económicos y sociales contemporáneos. Mi visión es transformar el mundo mediante la economía social, lo que me impulsa a considerar un futuro como investigador y académico. Estoy convencido de que a través de la investigación rigurosa y el compromiso académico, puedo contribuir significativamente al desarrollo de estrategias que promuevan una economía más justa y equitativa. https://orcid.org/0009-0008-5182-0937
Young student with a passion for economics and its transformative role in society. My background includes studies in Business Administration and Management, as well as in Law. Currently, I am pursuing a PhD programme in Advanced Management of Organisations and Social Economy, at Mondragon University, Spain, with the aim of broadening and deepening my knowledge in these areas. My goal is to bring innovative and sustainable solutions to contemporary economic and social challenges. My aspiration is to effect transformative change on a global scale through the lens of the social economy. This motivates me to pursue a career as a researcher and academic. I am confident that through rigorous research and academic engagement, I can make a significant contribution to the development of strategies that promote a fairer and more equitable economy. https://orcid.org/0009-0008-5182-0937
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